Relat literari: Maria Riera Amengual

  El intruso


El pasado martes fue un día muy normal, me preparé un almuerzo con la diferencia de que era para cenar, unas galletas con leche de avena, por las noches prefiero algo más ligero, bueno, eso no es importante ahora.


Subí escaleras arriba para ir a mi habitación. Me comí las galletas mientras bebía la leche, al terminar deje el vaso encima de la mesita de noche y tire las migas al suelo, de cualquier manera mañana tenía pensado limpiar. Estaba tan cansada que no podía aguantar ni un minuto más con los ojos abiertos, pero antes de dormirme apagué una pequeña luz que colgaba de una estantería encima del escritorio, una lucecita antigua, pero que alumbraba lo justo y necesario.


Ya tumbada, no tardé ni cinco minutos en dormirme, tuve los sueños más extraños  aquella noche que todavía sabiendo que eran sueños los recuerdo y me entran escalofríos.


Todo comenzó en un lugar un tanto extraño, lo único que tenía claro era que estaba muy transitado, eso sí, la gente que había no tenía rostro, eran como entes, bueno no, eran como sombras, mejor dicho. Pero había una en especial, que destacaba entre todas, me miraba fijamente, lo que ponía los pelos de punta, era difícil decirlo, porque era una sombra y no tenía ojos, pero yo sé que me miraba. En un giro rápido me caí. Lo último que vi fue la dicha sombra acercarse a mí y empujarme a un pozo, cayendo al vacío.

Era enorme por dentro, pero era todo negro y no podía ver nada, soló había un rayo de luz que aparecía de la superficie del pozo, de ese mini hoyo que asoma donde la gente tira las monedas. Había una ligera capa de agua y nada a mi alrededor, pero escuché pasos, aunque no vi a nadie. Los escuchaba más cerca, pero no divisaba nada. Se convirtieron en pasos agitados hasta escuchar como alguien corría hacia mí. Al girarme solo pude ver una sombra acercarse a mí, metiéndose en mi ser.

Me desperté agitada, intenté levantarme, pero fue en vano, no podía moverme, estaba congelada ni un solo músculo respondía, pero sí que podía oír y ver. Sinceramente, ya no sé si tenía los ojos abiertos en ese momento, en un segundo, una sombra negra salió de dentro de mí, mi sangre se detuvo y mi corazón dejó de latir, mi piel se erizó y mis tendones se tensaron. Estaba atónita, no entendía nada.


La sombra comenzó a caminar por la habitación hasta que encontró la luz del escritorio, la encendió y ahí fue cuando mi corazón se aceleró. Era yo. La sombra era yo, exactamente igual que yo. Mi cabeza buscaba una solución, pero no podía pensar, estaba más preocupada en poder moverme.


Mi yo se paseó por toda la habitación buscando algo, abriendo cajones y armarios, pero cerrándose cautelosamente como un criminal sofisticado, miró cada una de las esquinas y registró cada una de las motas de polvo de mi habitación. Parecía no haber encontrado nada, pero se acercó a mi álbum de fotos y empezó a indagar en ellas, hasta que llegó a esa foto, una foto con mi hermana pequeña. Cuando posó sus dedos por encima de su cara, sentí como me explotaban las venas y se me salían los ojos de las órbitas, conseguí soltar un hálito de voz de mi aparato fonatorio, la sombra se giró inmediatamente hacia mí lanzándose en seco a mi interior.


Me desperté con un grito de terror, llevándome las manos a la garganta para poder respirar al enchufar mi voz. Mi sangre volvió a fluir con naturalidad y mi corazón se relajó. Lo más normal es pensar que todo había sido un sueño más, pero hay algo que todavía no entiendo, es que la luz del escritorio seguía encendida.


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